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Una reflexión peligrosa

Por: Jorge Melo Vega, Gerente General de Responde

Publicado: 2015-08-05

Es como jugar con fuego. Ocurre cuando se intenta cuestionar la democracia representativa tal como la hemos venido practicando y nos encontramos en situaciones límites en la que vemos que la democracia no es parte de la solución, sino probablemente parte del problema.  

Tener elecciones no es sinónimo de democracia y si santificamos ese proceso sin tener en cuenta que existe una larga lista de elementos indispensables para que el modelo funcione, es porque somos ilusos. Allí es que se genera la frustración constante, la desesperanza, que luego se expresa en la inmediata carencia de legitimidad de nuestros elegidos. ¿Y esto por qué? Pueden darse muchas interpretaciones, pero es indispensable que entendamos que los candidatos una vez que resultan electos tienen la tarea de representar y gobernar, responsabilidades que requieren de un perfil profesional y ético que no se corresponde con lo que ellos realmente son y nos ofrecen en el proceso de la “fiesta democrática”.

Elegimos candidatos o gobernantes

Ocurre con el alcalde, el gobernador, el parlamentario o incluso con el Presidente de la República, el período de gracia con su electorado apenas dura 100 días y luego sus propios votantes lo desconocen. Surgen entonces, sobre todo en provincias, los “frentes de defensa” que son instancias poco democráticas en la que sus dirigentes se confrontan con la autoridad elegida y limitan su capacidad de mandato y por tanto su legitimidad. La mejor evidencia ocurrió recientemente en Islay, Arequipa, en la que los líderes de la huelga (frente de defensa) no quisieron iniciar el diálogo con el gobierno, a no ser que se retirasen de la reunión los parlamentarios arequipeños, con el argumento que estos no representaban a nadie.

Este fenómeno no es únicamente local, estamos viendo que ocurre en otros países como en Grecia (la cuna de la democracia) o las recientes elecciones españolas. Hay movimientos de activistas políticos que luego no son capaces de canalizar sus cuestionamientos en propuestas o alternativas orgánicas con capacidad de gestión. Lo que menos necesitan los ciudadanos son más denuncias a sus sentidas frustraciones o soluciones populistas de imposible cumplimiento; ellos esperan más bien liderazgo, capacidades, dirección, confianza y esos requerimientos no existen en los procesos electorales.

Por ello nos llama gratamente la atención lo ocurrido recientemente en Tancítaro un pueblo de 30,000 habitantes en México, donde el sentido común para abordar esta problemática ha superado cualquier fórmula de democracia electoral. Sencillamente consensuaron la comunidad y los partidos políticos más importantes: el PRI, el PRD y el PAN, en designar a quién sería su próximo alcalde. Se trató de escoger al profesional más calificado para gobernar por encima de las opciones políticas y probablemente este líder designado, nunca hubiera sido candidato de ninguna fuerza política. Lo que sí habrá conseguido Tancítaro es que este próximo alcalde goce del respeto y la legitimidad de todos y con ello la posibilidad que el pueblo avance sin cálculos políticos.

Calificaciones de nuestros representantes

Todos tienen derecho a ser candidatos en el Perú sin ningún tipo de discriminación, incluyendo en esto el nivel de estudio y experiencia profesional. Eso es lo democrático y el piso parejo para todos. Pero, la identificación de los profesionales más preparados para representarnos es obligación de las organizaciones políticas, es la única fórmula, pero se resisten a cumplirla, y más bien nos endilgan candidatos de muy pobre formación que proponen iniciativas propias de su limitada formación que conectan con el escaso nivel político de los electores bajo el principio de “un candidato como tú”.

La democracia que practicamos es un remedo. La consecuencia es que la población ya no cree en ella, la votación no les genera confianza que esta sea esta la mejor forma de gobierno y más bien lo que piden hoy, de acuerdo a los últimos estudios de opinión, es un liderazgo autoritario. Sienten que los representantes son mediocres, corruptos y no garantizan el orden. Es la radiografía a la que nos están condenando nuestros partidos políticos que están en la incapacidad de buscar la mejor opción para todos, fórmula que debiera contemplar la renuncia de sus propios candidatos para identificar al mejor gobernante. Por ahora, el elenco estable de “los presidenciables” no nos va a permitir salir de este escenario de desconfianza.


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Responde, consultora en Sostenibilidad y Reputación