No todo tiene que ser color rosa
Por: Jorge Melo Vega, Gerente General de Responde
La constante preocupación por la presencia y oportunidades para la mujer en las organizaciones se ha convertido en uno de los paradigmas de la responsabilidad social, parte de la agenda en políticas públicas y por supuesto, de tratados internacionales a toda escala; es un tema central para los derechos humanos y su objetivo es velar por el desarrollo de los temas relacionados con la equidad de género y la no discriminación.
Hasta aquí el postulado general y la frase hecha. Pero, ¿qué ocurre en la sociedad cuando esa situación de desigualdad en determinados equipos de trabajo, actividades, tareas o incluso profesiones se presenta en un escenario inverso? Para muchos, lo que se identifica allí es otra vez un escenario con sesgos discriminatorios, porque no está socialmente aceptado que los hombres hagan determinadas actividades y por tanto, la sociedad y nuestra cultura empiezan a afincar estereotipos de carreras para hombres y carreras para las mujeres: las enfermeras, farmacéuticas, asistentas sociales, estilistas, secretarias, entre otras labores, “eso es cosa de mujeres”.
Entonces, no se trata de un tema de porcentajes para cumplir la meta de cuota de género en los empleos, indicador que se ha convertido en el referente de observancia escrupulosa de quienes evitan ser considerados discriminadores. Por el contrario, este tema es sobre todo cultural y merece nuestra especial atención por cómo se está distorsionando y está yendo hacia peor, ya que en teoría se está gestionando y creyéndose que se dan más oportunidades reflejadas en indicadores y gráficas que así nos lo confirman. Pero acaso nos preocupamos en la empresa por identificar nuevas actividades que puedan realizar las mujeres, como también incentivar a que los hombres empiecen a ejecutar tareas que son vistas como propias de ellas. Allí es donde realmente radicaría el cambio.
No hay que ir muy lejos y mirarnos en el espejo de los propios equipos que están a cargo de la responsabilidad social. Cuando hemos participado en foros locales e internacionales sobre sostenibilidad, lo que encontramos es una fuerte presencia de mujeres que están dedicadas a estas actividades y lo mismo nos ocurre en la relación de trabajo que tenemos con nuestras empresas clientes. Sin darnos cuenta, se está perpetuando el concepto que lo social, la actitud hacia el servicio, es para ellas: “las chicas de responsabilidad social”.
No es un asunto deleznable, ya que forma parte de esa idea que la gestión de la sostenibilidad es un tema para quienes tienen vocación de servicio, como las asistentas sociales o el comité de damas. Es un “tema secundario, menor, es para ellas”. Esa distorsión es coherente con asociar la RS con la ayuda a los pobres que se aborda a partir de los excedentes que genera la empresa; recordemos sino cuando nos preguntan en tiempos de crisis, ¿cuánto se va a reducir el presupuesto de RS debido a que hay menores ganancias?
La tarea de los equipos de RS debe consistir también en buscar la equidad de género en ellos mismos, para promover en nuestras organizaciones que las profesiones, encargos, mandatos o tareas son tan importantes si son para hombres como para mujeres. Debemos romper el paradigma que la gestión de la sostenibilidad es algo secundario y los equipos son tan o más profesionales que los de cualquier otra área. Por ello, hay que priorizar, como lo señala también las guías de sostenibilidad, que la equidad debe estar en los mandos y gerencia de las organizaciones y así se pone foco en aspectos sociales y culturales en las relaciones de trabajo, evitándose así el eufemismo de las “chicas destinadas a tareas de chicas”.